Revenge: destripando la season finale

Seguro que más de uno se acuerda de que, antes de que se estrenara, nos vendían Revenge como una versión contemporánea y actualizada de El conde de Montecristo. Tres temporadas y sesentaitantos capítulos después, creo que se puede decir sin ningún reparo que Revenge es a El conde de Montecristo lo que Belén Esteban a la literatura: una patada en los cojones. Una patada en los cojones, eso sí, con unos Manolo Blahnik (o lo que se lleve ahora en tema de zapatos para señoras americanas con mucho dinero, que no estoy muy puesto en la materia). Sea como fuere, la grandeza de Revenge reside precisamente en hacer de la necesidad virtud, ser consciente de lo que es (un señor CULEBRÓN) y tomar la determinación de convertirse en lo mejor en lo suyo. O séase: regalarnos los giros culebronescos más típicos y al mismo tiempo estrambóticos posibles.

Ahora sí, os advierto de que voy a entrar ya en materia, con lo que la entrada contendrá spoilers del final de la tercera temporada. Y de los gordos. Avisados estáis.

Ahora ya, no nos andemos con rodeos: en el último capítulo de la que será, casi con toda seguridad, la penúltima temporada de la serie nos encontramos con una muerte (y media) y una resurrección. Así, centrándonos solo en lo verdaderamente relevante. Luego también tenemos un hijo segundón franchute sediento de venganza, una puta muerta en una cama de hotel y otro drama personal de Charlotte Grayson (a.k.a. Charlotte Clarke, a.k.a. La niña esa que está todo el día haciendo pucheros).

Así, a grandes rasgos, Vicky entra en una espiral de furia homicida (ya se echaban de menos, que estaba teniendo una temporada muy tranquila) porque Conrad se ha cargado al amor de su vida. Para quien tenga dudas: el amor de su vida, al menos en este arco de cinco capítulos, es Pascal Lemarchal. Que ya sabemos que Victoria es especialista en tener muchos amores de su vida, especialmente en esa etapa guarrilla que tuvo entre los dieciséis y los veinte y en que se pasó por la piedra, como mínimo, a un señor de cada nacionalidad existente. ¿Ya nadie se acuerda del pintor perroflauta interpretado por James Purefoy? Un crossover entre Revenge y The Following sería tan, tan... Sería desternillante, eso seguro; otra cosa sería ya la calidad del producto resultante.
Estas acaban haciéndose un Lebos, os lo digo yo.
En fin, volvamos al tema que nos ocupa. Vicky ha perdido (again) al a un amor de su vida, pero como no tendría gracia que le echara la culpa a Conrad (que ciertamente es el asesino), decide que la que tiene que pagar los platos rotos es Emily/Amanda (a partir de este momento, Emanda). ¿Y qué hace? Pues, para alegría del sector del fandom que no son unas mojabragas (es decir, otras dos personas y yo), se carga a Aiden. Con veneno, discurso perverso de despedida, un vestido de infarto y todo lo que cabría esperar de un asesinato de Vicky. Y para más inri, le planta el cadáver en el sofá a Emanda para que lo encuentre al llegar a casa, versionando la famosa escena de la cabeza de caballo de El Padrino al estilo Grayson.

Hasta aquí la muerte número 1.

Lo que pasa a continuación es lo esperado: Emanda pierde a la persona a la que más quiere en el mundo (again) y entra en una espiral de furia vengativa (again). Urde uno de esos planes enrevesados que el espectador sabe que, de una manera u otra, le saldrá bien, y tras muchas idas y venidas, consigue darle un palazo en toda la cara a Victoria (precioso momento: el arte de la pelea de perras llevada a su más fino nivel) y encerrarla en un psiquiátrico. Y claro, allí nadie le hace mucho caso a la Vicky cuando se pone a gritar como una posesa que Emanda no es Emily Thorne, sino Amanda Clarke. Porque es lo que tienen los pacientes psiquiátricos: que si hablan de dobles identidades y resurrección, nadie los toma en serio.
Como tampoco los espectadores nos tomamos ya en serio una resurrección en Revenge. Al menos, no después de que Lydia Davis resucitara por lo menos en la mitad de los capítulos en que aparece. Así que, cuando Conrad se escapa de la cárcel (¿cómo no?) y es apuñalado por una figura misteriosa que resultar ser David Clarke, pues... ¿alguien se sorprende?

Creo que la mitad del fandom tenía en mente esa posibilidad desde la primera temporada. Lo genial de Revenge es que, aun sabiendo que es más que probable que algo suceda, te sorprende. Porque uno está ahí en el sofá de su casa pensando: «los guionistas de esto están tan pasados que cualquier día resucitan al David. ¡Jajaja! ¿Te imaginas? ¡Nah! No se atreverán. No tendrán los santos cojones de resucitar al David». Y efectivamente: los tienen. 

Con estos elementos (más todos los dramas de Daniel, Charlotte, Jack y Margaux, que a nadie le importan un pimiento), la cuarta y presumiblemente última temporada de Revenge promete ser excelente. Excelente en lo suyo: en falsas muertes, resurrecciones, puñaladas por la espalda, peleas de perras, bastardos y todos los giros estrafalarios que uno se quiera imaginar. La gracia está precisamente en que es una serie sin complejos, que sabe desde el principio que no es más que una telenovela de Nova con mejor labor de casting, y que no se avergüenza de ello, sino que lo abraza y decide sacarle el máximo partido. 

Revenge te mira directamente a los ojos y te dice: «cuando viniste ya sabías que era un culebrón, pues prepárate, porque voy a ser el culebrón más loco que hayas visto jamás». Y de momento, lo consigue. Si alguien necesita una definición del término guilty pleasure en lo que a series de televisión se refiere, que se ponga un episodio de esta.

No sé vosotros, pero yo no me perderé la cuarta temporada, porque me muero por ver si Conrad resucita, si Lydia lo hace también para volver a reunirse con él (esta vez no está muerta, ¡pero que resucite igual!), si a Jack le dan por el hojaldre en la cárcel y lo espabilan y, sobre todo, por ver cuánto tarda Vicky en declarar que David Clarke es (again) el amor de su vida.

Crítica de G.B.F.

Todos los cinéfilos tenemos nuestras reivindicaciones personales, un actor o película generalmente tachado de malo o regular, pero que nosotros elevamos a los altares sin vergüenza alguna. Algo semejante me sucede a mí con Chicas malas ('Mean girls') esa icónica película teen del año 2004, con guion de la requetepremiada Tina Fey y protagonizada por la también icónica Lindsay Lohan. LiLo, que, por cierto, así, como quien no quiere la cosa, se está convirtiendo en guest star de todos los posts de este blog.

Chicas malas no era una película de institutos. O mejor dicho: no era solo una película de institutos. Iba más allá y tomaba todos los tópicos del género, los metía en una batidora y luego los servía acompañados de setas alucinógenas para hacerlo todo un poco más surrealista y, de paso, matarnos de risa. Una sátira con muy mala leche y cargada de ironía. Siempre defenderé que es una película exquisita y con un humor muy fino que hay que saber captar.

Otros diréis que es un truño de los que hacen historia. Probablemente llevéis razón, pero Chicas malas es mi reivindicación cinéfila, ya os advertía al principio.

Pues bien, pasando a la película que hoy nos ocupa, G.B.F. es simple y llanamente la respuesta homo a la cinta de Lohan. Es igual de exagerada, surrealista, hilarante y estéticamente pasada de rosca (a.k.a. hortera) que esta. Y también comparte alguna de sus mayores virtudes: es descarada, se atreve a hacer bromas que nadie se atreve a hacer en el cine teen, es meta como ella sola y esconde una sátira finísima debajo de su envoltorio de purpurina y topicazos. Además, es una película muy de su tiempo, igual que lo era la anterior. Como digo, no es otra cosa que su actualización a nuestra época, diez años después, donde el asunto de las chicas malas de instituto ya está un poco olvidado, y lo que se lleva es lo del mejor amigo gay que te aconseja sobre moda, te toca los pechos y te lleva de acompañante al baile de graduación.
Los protagonistas de G.B.F. Mu' monos ellos.
De eso va, a grandes, rasgos, G.B.F. Nos encontramos con dos mejores amigos, ambos marginados, ambos homosexuales (aunque esto solo lo saben sus amigos más íntimos). Tanner se encuentra muy a gusto con su situación y quiere dejarlo estar; sin embargo, Brent tiene un plan maestro para salir del armario de forma espectacular y convertirse en el hombre del momento en el instituto. El problema es que las cosas se tuercen, y el que acaba saliendo del armario ante todo el instituto es Tanner. Y, cuando se convierte en el primer estudiante abiertamente gay del instituto, las tres chicas más populares (en guerra perpetua entre ellas) se enfrentan por convertirlo en su G.B.F: en su gay best friend ('mejor amigo gay').

Esto, como os podréis imaginar, da inicio a una batalla campal en el instituto, que acaba salpicando también al círculo de amigos pringados de Tanner, incluido Brent. Hablando en plata, podríamos decir que se desencadena la Primera Pelea de Perras Mundial. Porque eso es lo que es: una pelea de perras. ¡Y sin complejo ninguno! Ahí reside la magia de esta película: tiene muy claro lo que es y lo que quiere ser, y el primer paso es reírse de sí misma.
La película es, como os digo, divertidísima. Y lo mejor es que no cae en lo zafio, sino que tiene un humor fino, inteligente, incluso cuando hace chistes escatológicos. Además, está trufada de referencias a la cultura pop más actual. Por ejemplo, una de las frases lapidarias que se me quedó grabada en el alma fue la de: «eres más gay que un episodio especial de Glee». Todo el que vea Glee tiene que morirse de risa, necesariamente; y también concederles la razón.

Porque ahí yace la mayor virtud de la película: ¡tiene razón! En todo. Detrás de su surrealismo y su humor irónico se esconde una crítica acertadísima contra ciertos estereotipos, que van desde el tema de la frivolización de la homosexualidad hasta el fanatismo religioso.

En cuanto a los actores, muchas caras conocidas de la pequeña pantalla (al menos para los frikis de mi categoría). Así de primer orden tenemos a Sasha Pieterse, conocida por interpretar a Alison en Pretty Litte Liars, y que en esta película básicamente hace el mismo papel de «soy una mala puta, pero cuando me conoces no puedes evitar quererme». También contamos con la presencia estelar de una de mis comediantes preferidas: la demasiado poco conocida para lo buena que es Megan Mullally. Además tenemos por ahí (voy a lo simple, para no daros mucho la turra) a Luna Lovegood, el protagonista The Hard Times of R.J. Berger y la bitch suprema de Awkward.

Y, por supuesto, el protagonista. A Tanner lo interpreta un actor poco conocido, pero al que un servidor tiene que adorar sí o sí por su papel en United States of Tara, una de las series de televisión a las que más cariño le tengo. Allí interpretaba a Lionel, el amor del personaje más adorable jamás visto en televisión: Marshall Gregson.
Y después de este aluvión de referencias a series (perdonadme, por favor, no lo puedo evitar), vuelvo al principio: hay películas que uno tiene que defender sin importar lo que opinen los demás. G.B.F., para mí, es una de ellas. Porque es inteligente, es valiente, es desternillante y da en el clavo con sus crítica. Además, debajo de toda la sátira, tiene un toque tierno que lo deja a uno con buen sabor de boca. Si no sois alérgicos al cine teen, yo os la recomiendo mucho.

Para mí es un 8.

Menos que cero, de Bret Easton Ellis

Bret Easton Ellis es otro de esos escritores, a lo Charles Bukowski, de los cuales uno podría decir que su fama no se debe a tanto a la calidad de su escritura como al contenido: provocador y, según cómo se mire, terrorífico. Su prosa no es nada del otro mundo, y ni siquiera estoy seguro de que ese aire de frialdad quirúrgica, de apatía, sea intencionado; quizá, simplemente, no sabe escribir mejor. Lo dicho: como Bukowski. Nunca llegaremos a saber si son dos de los grandes escritores de sus respectivas generaciones o los mejores expertos en SEO y Marketing en general. Tampoco creo que importe.

Reseña de Menos que cero, de Bret Easton Ellis.A diferencia de Bukowski, Ellis ambienta sus historias en Los Ángeles, la ciudad pecaminosa por excelencia; en concreto, en la juventud rica y deshumanizada que puebla los barrios pijos y se pasa las horas drogándose y yendo a fiestas en las que nunca falta una violación para crear ambiente. Hablo de historias en lugar de libros porque Ellis dio el salto a Hollywood (o al sub-Hollywood) tras el exitazo de la adaptación cinemtográfica de su novela más conocida: American Psycho. Sí: ESA American Psycho. 

Y, para alimentar todavía más la imagen extraña que debéis de tener ya en la cabeza, dejadme que os diga que la última obra de Ellis fue precisamente un guion original llevado a la gran pantalla por Lindsay Lohan en pleno mono (y deformada para la ocasión por cortesía de la cirugía y sus adicciones)  y un actor porno cuyo nombre de guerra es un juego de palabras con James Dean. La película, por si alguien tiene curiosidad (morbosa), es The Canyons, y no es tan mala como la pintan. En realidad, es igual que cualquiera de las novelas de Ellis, tiene todos sus elementos característicos, y sin embargo la crítica la denuesta. Por el contrario, novelas como Menos que cero, cuyo argumento es el mismo al 99%, son elevadas a la categoría de obra maestra.

Volviendo a Menos que cero, que es de lo que venía a hablar: no está mal. No está mal si sabes a lo que vas. Yo conozco bastante bien a Ellis, tanto por escrito como en sus adaptaciones cinematográficas, así que sabía lo que me iba a encontrar, y por eso disfruté de la novela. ¿Y qué esperaba encontrar? Pues jóvenes deshumanizados, rozando la sociopatía, como protagonistas; drogas, escenas de mal gusto de todo tipo, ausencia de toda clase de sentimiento, bueno o malo, indiferencia, apatía... Un retrato de un estrato social americano de los años 80 descrito desde la más absoluta (y cruel, y terrorífica) indiferencia.

Dicen que ahí está lo interesante de Ellis como escritor: en su frialdad, en su aparente desinterés por las atrocidades que narra, subyace (o eso queremos ver todos cuando leemos una de sus novelas) una crítica social afilada. En concreto, contra esa juventud privilegiada que lo tiene todo y, precisamente por eso, está más que dispuesta a perderlo con tal de pasar un buen rato.

La novela ha envejecido mal, eso es un hecho. Hoy en día, el submundo que nos retrata el autor a través de Clay, un joven universitario que regresa a casa (Los Ángeles) por Navidad, nos resulta muy ajeno. Lo leemos y flipamos un poco con lo mal de la olla que está toda la gente en la novela, sí; pero hasta ahí. En los 80, sin embargo, fue un bombazo. Un escándalo. La sociedad puritana e hipócrita de EE.UU. (que lo era todavía más en aquel entonces) se sintió entre asqueada, ofendida y pillada con las manos en la masa; y los jóvenes convirtieron el libro en una novela de culto, porque decían verse identificados con ella. Salvando las distancias, Menos que cero fue El guardián entre el centeno de su tiempo.

En cualquier caso, como digo, hoy la novela ya no tiene vigencia, porque nos pilla muy lejos de aquello y el impacto no es, ni de lejos el mismo que el que sin duda debía de causar a los lectores de los 80. Siempre es una pena que haya novelas que envejezcan tan rápido, pero es ley de vida.

Por lo tanto, una lectura que solo recomiendo a fans del género o del autor, o a gente con, como decía antes sobre la película de LiLo, curiosidad morbosa. Siempre sabiendo lo que uno se va a encontrar, claro, para no llevarse sorpresas desagradables.

A mí, no obstante, me ha satisfecho bastante. Porque soy así de especialito y morboso. Por esa razón...

Para mí es un 7.5.

Crítica muy, muy seria de 47 Ronin

Hoy os quiero hablar de 47 Ronin (según Filmaffinity, deliciosamente titulada en español como La leyenda del samurái). Es una película tan metafísica, tan cargada de lecturas filosóficas, que me veo obligado a ponerme serio para la ocasión.

47 Ronin trata, básicamente, sobre el Japón del siglo XVIII y Keanu Reeves, que es un mestizo que pasaba por allí. En la película no explican qué tipo concreto de mestizo es, pero todo apunta a que es un cruce entre una fea y un feo. Y como su personaje es un poco tontaina, igual el feo y la fea eran parientes. Pero no creáis que esto importa: Keanu Reeves es un secundario. Memorizar el guion tuvo que ser complicado, porque las tres frases que dicen son súper poéticas y súper profundas, pero en general son cortitas.

Aparte de Keanu Reeves hay otro japo (este no es mestizo) que seguro que conoceréis, porque sale haciendo de japo en todas las películas y series en las que necesitan meter un personaje de Japón. Él es el verdadero protagonista. Aunque a nadie le importa, porque molaba mucho más cuando hacia de maestro de kung fu intenso en Revenge, la serie de la rubia simpática que se tira a media docena de tíos buenos millonarios supuestamente para vengar a su padre. La clásica venganza.
Loki, Thor; Lord Kira, 47 Ronin
Míralos: como dos goticas de agua

47 Ronin también va de venganzas. Esta vez el que se venga es el Japo Omnipresente. Bueno, y Keanu Reeves un poquito también, para amortizar lo que los productores se han gastado en pagarle el caché. La cosa es que estos dos y otros cuarenta y cinco (infiero la cifra por el título, no os vayáis a creer...), después de ver cómo su señor es deshonrado y asesinado, toman la decisión de regresar a casa para darle estopa al japo malo que perpetró la deshonra de marras. Porque la parte del asesinato importa menos, no os vayáis a creer: lo jodido es lo del honor.

También anda por ahí una muchacha muy mona que es la hija del deshonrado, y que ahora es en plan prisionera virgen del malo. Que el malo se la quiere trajinar, claro, porque tiene mucho vicio; pero aunque sea perverso y asesine a la gente o invoque demonios como quien se toma un vasico de sangría, tiene su código de honor... Y claro, todos sabemos que en el código de honor de los malos de películas de samuráis está la parte de dejarle a la hija del tío al que has asesinado un año de luto antes de cepillártela. Así que allí la tiene, decorándole el castillo.

El malo en cuestión es un tipo con cara de no tomar All-Bran y que comparte estilista con Loki el de Thor; solo que a él le molan todavía más las hombreras. De todas maneas, es un poco un extra en la película, porque la verdadera antagonista guay es la bruja que trabaja para él, que está hecha toda una robaescenas. Es un poco Melisandre de Asshai achinada.

La tía e' mala, mala, mala... maligna. Vamos, es que tú la miras a la cara y ya lo sabes: «esta es maligna, maligna, ojito con ella». Y vaya si hay que andarse con ojito. La tía vale pa' un roto y pa' un descosío'; lo mismo te invoca a un mamut, que a un demonio, que se pone a hacer la danza de los siete velos con teletransporte incluido. Una bruja como Dios manda, vaya.

El caso es que hay muchas intrigas y trampas mu' finas (ya sabemos que los orientales tienen fama de ser finos pa' todo). Y al final, pues la típica pelea de los samuráis estos (ronin, se llaman) contra Melisandre y el tío disfrazado de Loki. Y no os digo como acaba, que luego me decís que hago spoilers.

Ah, por cierto, que no sé si lo he dicho: Keanu Reeves sale en una escena y dice una frase. Se rumorea que hasta le han pagado por el derroche de talento interpretativo.

Y eso, que un peliculón. Por momentos me ha recordado a Guerra y paz de León Tostói, porque tiene sus raticos de guerra y sus raticos de paz.

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Huelga decir que este post está escrito en clave de humor y sin ánimo de ofender a nadie. Ya en serio, la película es el típico blockbuster de samuráis con buenas peleas, unos paisajes de croma un poco cutrillos y un guion más bien simplón. La típica película de samuráis. Está entretenida, eso sí.

Goodbye Berlín, de Wolfgang Herrndorf

Tengo debilidad por las road storys; o séase, las historias de personajes dispares que se ven obligados a recorrer un largo camino juntos, normalmente en un coche que se cae a pedazos. Esta debilidad es algo que comprobaréis si os quedáis algún tiempo en este blog, porque seguro que en lo que queda de año caerán otro par de novelas y películas de este género. No me preguntéis por qué me atrae, pero el caso es que es así.

Reseña de Goodbye Berlín, de Wolfgang Herrndorf.A pesar de esto, no creo que con Goodbye Berlín me esté dejando llevar por mis gustos personales. Estoy convencido de que, más allá de que a uno le vaya el rollo Dos en la carretera o no, esta novelilla juvenil es una de las más disfrutables que nos han llegado en los últimos años. Y no sé si será casualidad que esta venga de nuestros vecinos europeos en lugar de EE.UU., pero el caso es que la novela (y sus dos protagonistas, por supuesto) me ha encandilado.

En Goodbye Berlín nos encontramos con Maik, clásico adolescente víctima de una familia desestructurada, que, al terminar las clases en el instituto, se queda solo en casa durante el verano, con pocas perspectivas de divertirse. En resumidas cuentas: su familia pasa de él, su vida social es bastante pobre y hay una chica que... En fin, tiene catorce años y hay una chica; no creo que haga falta que os diga lo malo que es eso, porque seguramente todos lo hayamos vivido.
Es entonces cuando aparece Tschick (diminutivo de un apellido todavía más largo y complicado de pronunciar), un ruso problemático y excéntrico con el cual Maik no tiene ninguna relación. O por lo menos, no la tenía hasta que Tschick decida que necesita un compañero de aventuras y escoge a Maik.

Así, con un coche robado, dos marginados que apenas se conocen y un viaje hacia un país que no existe, comienza esta bonita historia.

Lo que sigue no se sale del guion clásico de las road storys: malentendidos, personajes curiosos y entrañables, autodescubrimiento... Es un esquema de manual, pero la ejecución de Herndorf es perfecta, y el resultado es una novela ágil (se lee fácilmente en una tarde), divertida, emocionante y sincera. Sobre todo, sincera. Un acercamiento realista y honesto a los problemas de un par de chicos de catorce años. Por una vez, leyendo su historia, uno se cree que de verdad son adolescentes, con problemas de adolescentes, y empatiza con ellos.

No voy más allá, porque es la trama es tan sencillita (y me encanta que lo sea, ojo) que es difícil decir más sin caer en spoilers. Solo quiero insistir en que los dos protagonistas son entrañables, especialmente Tschick, y que estamos ante una novela juvenil realista. En todos los sentidos. Y se agradece algo así de vez en cuando.

Mención especial para bromas que son un guiño al lector, como los concursos de reparto de comida basados en preguntas sobre Harry Potter. Una delicia.

Para mí es un 8.5.


Nota: Al poco de terminar la novela, buscando más libros del autor, me enteré de que falleció hace poco menos de un año de una enfermedad. Una verdadera lástima. D.E.P.

Los límites de la ficción

Permitidme que hoy reflexione sobre un tema muy particular. Tiene que ver con Juego de tronos, así que ya os adelanto que el siguiente artículo contiene spoilers de los tres primeros episodios de la cuarta temporada y de la novela Tormenta de espadas. Avisados quedáis.

Los más avispados seguro que ya os imagináis sobre qué voy a hablar: esa escena del episodio 3, la escena. Que no lo es porque sea la mejor ni la más interesante, sino porque vivimos en una sociedad en la que cualquiera se aventura a hablar sin pararse un segundo a pensar en si lo que hace tiene sentido o no. En la escena de la que os hablo, Jaime Lannister, hermano mellizo y amante no tan secreto de Cersei Lannister, la fuerza a tener sexo con él delante del cadáver del hijo de ambos, recientemente asesinado. Y la polémica, claro está, no se ha hecho esperar.
Gif de Jaime y Cersei en Game of thrones (Juego de tronos)
No es la primera vez que Cersei y Jaime tienen una escena semejante
Porque, así funciona el mundo: dos personajes atormentados por la muerte de su hijo (que para más inri, oficialmente no es hijo de Jaime, sino de otro hombre) tienen sexo incestuoso en un lugar sagrado, ante un cadáver, con su padre y el nuevo rey recién salidos de escena, con una mezcla turbulenta de tristeza, rencor, melancolía y miedo, y todo lo que se le ocurre decir a la gente es que «hay que ver que fuerte, que en Juego de tronos hacen apología de la violación». Los más generosos simplemente se quejan de que la adaptación de la escena es poco dudosa, porque en los libros es bastante diferente. Pero ¿nadie va a hablar de lo maravillosa que es la escena en términos cinematográficos y literarios? Violación o no, incesto o no, es exquisita. Los sentimientos enfermizos traspasan la pantalla y llegan hasta el espectador.

La famosa Boda Roja era una masacre que llevaba incluidas, entre otras cosas, un regicidio, el asesinato de un animal, el de un bebé nonato y profanación variada de cadáveres, pero nadie exigió que los creadores de la serie o el escritor de los libros pidieran disculpas. ¿Por qué? Sencillo: porque es ficción. Y la ficción, amigos míos, espero que todos estemos de acuerdo, no tiene límites. O no debería de tenerlos.

Cumbres borrascosas, novela atemporal donde las haya, está protagonizada por personajes repulsivos que llevan a cabo acciones aún más repulsivas movidos por los sentimientos más bajos de odio y rencor que el ser humano puede llegar a experimentar. Romeo y Julieta, de Shakespeare, habla de jóvenes que se dejan llevar por las bajas pasiones (sí, bueno, ellos lo llaman amor), desobedeciendo a sus familias e introduciéndose en una espiral de enfrentamientos sangrientos que conducen a la muerte. Y el mismo Quijote habla sobre un tipo que un buen día agarra una lanza y sale al campo manchego a atacar con ella al primer clérigo inocente al que confunde con un secuestrador. Y así podríamos seguir buscando ejemplos hasta mañana.

Yo, personalmente, no imitaría la conducta de ninguno de estos personajes en la vida real. Tampoco imitaría la de Jaime Lannister; ni, en general, la de ningún personaje de la serie Juego de tronos y las novelas en que se basa. No obstante, esto no significa que no aprecie la calidad de todas estas obras y no disfrute como un enano leyendo las peripecias de sus personajes, por retorcidas, enfermizas y deleznables que resulten. Repito: la ficción no tiene límites.
Jaime y Cersei en un still de Game of thrones (Juego de tronos)
Cersei, ¿una leona desvalida?
Así que, por favor, que no me vengan ahora un puñado de progres iletrados a decir que una escena de una serie de televisión hace apología de la violación, que es un atentado contra la libertad de las mujeres o que sus responsables están enfermos. Porque todo el que extraiga ese tipo de ideas de una serie de televisión, una película, una novela, una pintura, etc. es un completo ignorante que desconoce lo que son el arte y la ficción.

Y claro, la polémica ya estaba servida, pero fue a más cuando el director del episodio trató de justificar la escena diciendo algo así como que no era una violación, sino una especie de juego sexual de roles de poder, y que al final Cersei consentía. Ojo, que lo que dice es muy lógico dentro del universo de la serie, y al menos yo, como espectador y también lector de la saga literaria, creo que es totalmente acertado: por lo que sabemos acerca de la relación íntima entre Cersei y Jaime, los juegos de poder tienen un papel muy importante. El problema es que el director explica desde el punto de vista ficcional, literario, una escena a un grupo de personas que se quejan de ella precisamente porque no saben entender lo que es la ficción. Y claro, esto ya es el remate.

He leído algún artículo bochornoso (y publicado en medios especializados, lo cual es aún más preocupante) que dice cosas como «no también significa no en Poniente» y prácticamente acusa a este señor de estar parafraseando a esos violadores que tienen las santas narices de defenderse diciendo burradas como «ella me provocaba» o «decía que no, pero yo sé que le gustaba.»

¡Por los Antiguos Dioses! ¿Cómo iba a querer decir eso el pobre hombre? Intentaba explicar (quizá eligiendo mal las palabras, eso no lo discuto) que la escena no estaba concebida siquiera como una violación (y ojo, que si lo estuviera, tampoco pasaba nada; repito: es ficción). Y es que es cierto que en la escena nos encontramos pequeñas sutilezas que indican que, efectivamente, la supuesta violación no era exactamente tal.

Cersei Lannister en Game of thrones (Juego de tronos)
Para empezar, lo que Cersei dice es «aquí no». Y lo dice no con la furia que una mujer como ella emplearía contra un hombre que la intenta forzar (conocemos a Cersei, todos sabemos que reaccionaría con violencia contra algo así), sino con tristeza. ¿Y cuándo hemos visto triste y abatida a Cersei? Solo cuando algo malo les sucede a sus hijos. Si Cersei está triste y susurra entre lágrimas que «aquí no» es porque tiene el cuerpo de su hijo asesinado allí mismo, porque está destrozada y no se siente con fuerzas para seguir adelante; porque no es capaz de lidiar con el hecho de que su hijo ha muerto y de que, además, este era fruto el incesto con el hombre que tiene ante ella, y que acaba de regresar de una guerra que lo ha cambiado tanto física como psicológicamente.

Cersei necesita a Jaime, o al menos alguien que la ayude a sobrellevar la muerte de Joffrey, pero al mismo tiempo se siente sucia y asqueada por el deseo de acostarse con su hermano ante el cadáver de su hijo; porque la muerte de Joffrey le hace replantearse las cosas, y tal vez empiece a pensar que aquello no está bien. Por eso se revuelve y, llorosa, le dice a Jaime que no deben hacer eso en ese lugar y en ese momento. Pero no se resiste de verdad; en realidad no es más que una muestra del famoso orgullo de Cersei Lannister, que Jaime conoce de sobra, porque no se atreve a decirle la verdad: que está destrozada y lo necesita.

La escena puede ser todo lo retorcida y enfermiza que queremos (como tantas, en el mundo de Poniente), pero definitivamente es sexo consentido. O al menos, lo es dentro de la psicología de los personajes. Si hemos leído las novelas o visto la serie, si conocemos a Cersei y a Jaime, sabemos que eso que se ve en pantalla es, en cierto modo, un acto de amor. Todo lo repugnante que queramos, pero es que el amor de estos dos siempre ha sido así: repugnante, enfermizo, incomprensible desde el punto de vista de unas personas como nosotros, que vivimos en el mundo real, en el siglo XXI.

En resumidas cuentas: defiendo plenamente el trabajo de los guionistas del episodio. Aunque la escena esté ligeramente modificada respecto a las novelas, yo creo que es plenamente coherente con los personajes. Defiendo también la labor del director, porque creo que la escena sí que tiene pistas suficientes para que el espectador medio comprenda que no es una violación. O mejor dicho: para Cersei no es una violación. Para cualquier mujer del planeta Tierra en el siglo XXI algo así lo sería, claro; pero ni Poniente ni Cersei Lannister se rigen por nuestras idiosincrasias.

Ahora bien, permitidme que vuelva al título de la entrada: no es una violación, pero, aunque lo fuera, ¿qué hay de malo en ello? Es una serie de televisión (y de una calidad considerable), no podemos exigirle que no contenga violencia, lenguaje malsonante, violaciones, asesinatos, torturas... ¿O qué será lo siguiente, si no? ¿Pedir que solo se haga ficción en la que los personajes sean buenos y hagan lo correcto? Precisamente la calidad de Canción de Hielo y Fuego y Juego de tronos yace en el hecho de que ninguno de sus personajes es bueno ni hace siempre lo correcto, y aun así el lector/espectador puede llegar a entenderlos y amarlos.

Que no venga ninguna asociación progre que no entiende lo que es el arte a quitarnos eso, por favor.

Crítica de Dom Hemingway, con Jude Law

Hoy me gustaría hablar de la última película del, para mí, desconocido director Richard Shepard. Si he de ser sincero, la principal razón por la que decidí probar suerte con ella fue que en la ficha aparecía el nombre de Emilia Clarke, y tenía curiosidad por verla interpretando un rol que no fuera el de la insufrible Daenerys Targaryen de Juego de tronos. Yo suelo hacer este tipo de cosas con las películas: escogerlas en función de los actores que aparecen y la curiosidad que me despierte verlos en determinado papel. Y en el fondo, cada vez me convenzo más de que es una manía positiva, porque si uno tiene que dejarse guiar por sinopsis como esta...:
Dom Hemingway (Jude Law) sale de la cárcel tras cumplir condena durante 12 años y se dedicará a ir de puerta en puerta para recoger lo que considera es suyo por no delatar a los jefes de las bandas criminales.
(Filmaffinity)
Redactar sinopsis, tanto de películas y series de televisión como de libros, es un arte, amigos; una profesión en sí misma, y alguien debería empezar a tomarse en serio lo de fichar a gente con talento para redactarlas. Porque eso es marketing también. Yo ahí lo dejo, para que los departamentos de RR.HH. del mundo recojan la sugerencia si quieren.

Volviendo a Dom Hemingway, la sinopsis ya nos da una idea del tema de la película: venganza. O, si lo preferís: saldar deudas. Lo que no deja tan claro es el tono de la cinta. Lejos de ser uno de esos aburridos y lineales dramas de gente arrepentida recién salida de prisión, aquí nos encontramos con una deliciosa comedia sobre un hombre con serios desarreglos mentales y cierto imán para los desastres.

Crítica de Dom Hemingway, dirigida por Richard Shepard y protagonizada por Jude Law.
No quiero desvelar mucho más del argumento, así que pasaré directamente a opinar sobre lo que he visto en pantalla durante la hora y media que dura. La versión resumida sería que me ha sorprendido y maravillado; así de simple. No tenía expectativas, y no solo me he encontrado con una película entretenida, sino que además ha sido diferente a lo habitual y regalado su buena docena de destellos de gran cine, con alguna escena excelsa (mención especial para toda la secuencia de la caja fuerte).

Sin embargo, parece que nado a contracorriente con esta opinión. No han salido muchas críticas sobre la película aún, pero la mayoría de las que he visto la ponen como mala o, en el mejor de los casos, regular. De ella se ha dicho que, aunque entretiene, es artificial, pretenciosa y que se centra en lo formal, en los planos de cámara originales, las imágenes bonitas y las frases grandilocuentes, pero que le falta alma. También que no tiene unidad, que se trata de un montón de escenas sin trabazón colocadas una detrás de otra usando al personaje de Jude Law como excusa.

Entiendo todas estas críticas, y creo que tienen razón. Y aun así, diréis, me ha encantado la película. Pues sí. Efectivamente, a ratos parece que es un pegote de escenas al que el falta un nexo más sólido; y también es cierto que es pretenciosa, que se nota a la legua que el director quería dejarnos embobados con sus planos de cámara. No obstante, en lo que tengo que disentir es en lo de que no tiene alma. Detrás de ese aspecto visual tan cuidado y de la grandilocuencia de ciertos diálogos, yo sí he encontrado algo más, cierta trascendencia, una mezcla de arrepentimiento, ganas de mejorar y un grito descarado de «me la pela» a los reveses que da la vida.

Jude Law está espléndido, manteniendo el equilibrio perfecto entre el drama, el humor negro y el histrionismo, en un papel en el que es complicado no caer en la sobreactuación. Está, además, bien afeado para la ocasión; lo cual viene a confirmar la teoría de que todo actor más o menos agraciado necesita desfigurarse para algún papel en el que pueda demostrar que no está donde está solo por su cara bonita.

Jude Law en un still de Dom Hemingway
A su lado, Richard E. Grant que da una réplica a la altura, aunque manteniéndose en un discreto segundo plano. Y Emilia Clarke, también afeada para la ocasión (y achatada; ¿siempre ha sido tan enana o ha estado toda la película de rodillas?), que no es que esté mal, pero sosa, lo que se dice sosa, es un rato. Y hablando de sosos: también aparece en un par de escenas Nathan Stewart-Jarrett, más conocido como «sí, hombre, el negro aburrido de Misfits, que viajaba en el tiempo y tenía muchos dramas personales que a nadie le importaban una mierda; que todos los personajes guays se marchaban de la serie y él se quedaba ahí dando por culo. ¿No te acuerdas de él? ¿En serio? Pues casi mejor». Y de Stewart-Jarrett solo puedo decir que no me produjo ganas de quitar la película, impulso que me sí me despertaba en la serie antes mencionada, así que supongo que eso quiere decir que ha tocado techo a nivel interpretativo con su papel de novio intenso de la Clarke.

Emilia Clarke en un still de Dom Hemingway
En definitiva: peliculón y papelazo de Jude Law; pero es una opinión muy personal, ya que la película su buena ración de fallos y puntos flojos, y depende mucho de cada espectador si estos fallos le resultan insignificantes frente al resultado global de la cinta o si para él son imperdonables. Para mí, desde luego, lo que me regala Dom Hemingway en 90 minutos (¡viva el cine que no se alarga gratuitamente!) compensa con creces todo lo demás.

Y es que es una mezcla perfecta de tres cineastas muy polares, que encantan a unos y horrorizan a otros, y que a mí me tienen precisamente en el lado de los fans. Durante todo el filme estuve pensando que era como si Tarantino y Scorsese hubieran tenido un hijo usando a Diablo Cody como vientre de alquiler. Y aunque dé un poco la risa, creo que esta es la mejor forma de resumir no solo el argumento de la película y el estilo en que está rodada, sino también su tono general. Así que igual podéis borrar de vuestra mente la parrafada que os he hecho leer y quedaros con esto.

Para mí es un 9.


Nota: La BSO es una masterpiece. No te digo na' y te lo digo to'.
Nota (II): También sale el actor que interpretaba a Esteban en Weeds, por si alguien más es friki de la serie.